Antonio Fumero
I+D. Todo se puede solucionar con una cerveza fría.
¿Trabajo nuevo? ¡Vida Nueva!
Cambia el empleo porque cambian las circunstancias, pero… ¿Hemos cambiado? ¿Somos Digital_es?
¿Qué cambia realmente?
Hablamos constantemente de nuevos empleos, de nuevos trabajos, de novedosas capacidades y habilidades que demandan un acelerado y cambiante mercado laboral, pero...
Capitalismo
La Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo fue publicado a principios del siglo XX por Max Weber como una serie de ensayos, recogidos más tarde en un libro, del celebrado autor alemán.
A mi juicio, la obra constituye una compilación absolutamente necesaria para entender los pilares sobre los que descansa este particular “mundodisco” que llamamos Sociedad Postindustrial, o Mundo Feliz, según los autores consultados, citados o sacados directamente de su contexto.
El debate sobre el final del Capitalismo como sistema socioeconómico no es en absoluto nuevo, ni tampoco va a ser el objeto de mi breve reflexión en estos párrafos; si bien debemos considerarlo como un elemento de contexto ineludible.
Hablamos constantemente de nuevos empleos, de nuevos trabajos, de novedosas capacidades y habilidades que demandan un acelerado y cambiante mercado laboral, supuestamente acuciado por unas tecnologías, las digitales que nos transforman constantemente, en todos los ámbitos de nuestra lamentable y prescindible existencia.
¿Qué cambia realmente? A veces se me antoja insalvable la distancia entre las buenas intenciones y el conocimiento transformado en acción, la Innovación… con el apellido que queramos ponerle en cada momento. De esas buenas intenciones está plagado el documental de Funcas que daba lugar a esta reflexión; si bien también encontramos en el mismo destellos de aplicación práctica que resultan inspiradores.
En sus Meditaciones del Quijote, Ortega -que tiempo después nos obsequiara con su Meditación de la Técnica-, acuñaba una de las frases que más veces podemos encontrar sacada de su contexto: “yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”. Leer y escribir siempre han sido -hoy más que nunca- habilidades muy poco valoradas; y es habitual pasar por alto el final del conocido aforismo. Nuestra circunstancia es ahora más digital que nunca (doblemente digital), pero ¿Cómo vamos a salvarla si no nos transformamos más allá de su evidente digitalización?
¿Ha cambiado forma de enseñar?
Hace tiempo que hemos venido constatando la necesidad de adaptar la forma en la que enseñamos a la manera de la que el cerebro humano aprende: encontramos ejemplos en proyectos como el de la revolucionaria Institución Libre de Enseñanza, o en obras como los Siete Saberes necesarios para la Educación del futuro, que nacía del brillante y prolífico intelecto del conocido pensador francés E. Morin; o en cualquiera de los discursos inspiradores de los modernos gurús de la Educación popularizados en Internet, p.ej. Sir Ken Robinson, en iniciativas emprendedoras como la de Salman Khan, o en los trabajos con cierta base neurocientífica como los de Barbara Oakley.
A pesar de todo ello, continuamos dando cabezazos contra la misma pared en forma de institución de educación superior de tradición escolástica, la Universidad. Nos encontramos con lugares comunes que transitamos año tras año, lustro tras lustro; como el desconocimiento de la realidad de la Formación Profesional en nuestro país, o la vetusta e incomprendida “Innovación Educativa”, que se ha querido fraguar sobre la compra masiva de “cacharros” en diferentes oleadas.
La supuesta desaparición de empleos que provoca la digitalización hoy cobra otro cariz, más “divertido” si cabe, al particularizar este fenómeno en la robotización de ciertas actividades productivas al calor de la popularidad de las tecnologías que asociamos al arcano de la Inteligencia Artificial.
Todos los debates, todas las conversaciones, adolecen de los sesgos habituales en los futuristas de salón, es decir que cuanto más lejos en el futuro nos adentramos con nuestros particulares ejercicios de prospectiva, más atrás nos vamos en el tiempo para aferrarnos a los argumentos conocidos.
Como en cualquier situación de complejidad que se aborda sin el necesario pertrecho para el pensamiento sistémico, acabamos encontrándonos con interminables escaramuzas pseudo-intelectuales que consumen un tiempo muy valioso.
¿Acaso vamos a seguir conservando el mismo concepto calvinista de trabajo que conocemos en esta parte del mundo? ¿Por qué damos por hecho que, en un escenario en el que el trabajo asalariado no es la base de nuestra existencia, debemos disponer de los elevados niveles de “protección social” que hoy asociamos al llamado “Estado del Bienestar”?
Si empezamos a aceptar que el aprendizaje se atomiza y se fragmenta para ocupar toda nuestra existencia vital, disociándose de las edificaciones físicas que lo constreñían artificialmente y aceptando nuestro carácter único como aprendices ¿Por qué seguimos aceptando que el trabajo ocupará una determinada etapa de nuestras vidas a cambio de hacernos acreedores de cierto tipo de coberturas sociales, independientemente del tipo de ocupación profesional que desempeñemos? ¿Y si el trabajo que hoy conocemos es algo del pasado? ¿Y si todos somos trabajadores del conocimiento?
Afirmaba, no sin buena dosis de sorna, un colega ingeniero, a la sazón capitán de la marina mercante, que “navegar es necesario; trabajar no”. Si hablamos de Transformación Digital, yo me aventuraría a afirmar que “la transformación es urgente; la digitalización es circunstancial”.
e-Fumérides
El día a día en la Red da para mucho; pero mi día, como el tuyo solo tiene 24 horas. Si bien dormir está sobrevalorado, sabemos que tu tiempo es extremadamente valioso, de tal manera que hemos dedicado parte del nuestro a destilar algunas de las claves de una variedad de conceptos, tendencias, ideas o noticias que conforman la realidad tecnológica y socioeconómica de nuestro entorno empresarial. Huelga decir que las opiniones vertidas en estos breves artículos, así como las responsabilidades que de ellas se deriven, pertenecen, exclusivamente, a su autor.
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